domingo, 15 de diciembre de 2013

Relato "Manha de carnaval" con la música de Joan Chamorro

Aquí sigo con la novela. Noviembre no fue suficiente, claro que no, y Diciembre está siendo un mes lleno de cosas y más cosas; Pero escribir no pierde fuerza, por eso me he puesto con algo que tenía pendiente.

Hace tiempo que terminó la iniciativa de "Dame, doy, ten, y yo lo transformaré", pero tenía una petición desde el verano que me hizo Joan Chamorro, sí, el mismísimo Chamorro, este músico catalán que ha creado la S ant Andreu Jazz Band,la big band más joven de Europa, con gente tan buena como Andrea Motis, y muchos más.

Así que después de tanto movimiento de aquí para allá, y tantos proyectos, por fin me he sentado a darle forma a esto, y he decidio hacerle mi regalo de navidad poniéndole unas letras a esta canción tan encantadora que me ha mandado.

Influida por el Jazz, por el Swing, por estos movimientos musicales americanos que golpean fuerte mi cabeza y mis piernas (he empezado con el Lindy Hop), pero sobre todo escuchando este precioso tema de Joan, aquí os dejo lo que ha salido de la mezcla de su canción "Manha de carnaval" (que tenéis aquí abajo) y mis letras.

            


MANHA DE CARNAVAL ♫

      Esa noche la volvió a tocar de nuevo. Hacía muchos años que no lo hacía porque, sólo con las primeras notas, una ligera sombra de tristeza le envolvía, y ni tan siquiera unos cuantos tragos de aguardiente conseguían que se difuminara.
Sin embargo esa noche, esa que estaba a punto de terminar, esa que creía que sería una de las últimas porque los dedos se le empezaban a entumecer y algunas de las notas se le olvidaban por el camino, una chica se le acercó y se la pidió.
Sorprendido por escuchar aquel título que escasas veces había vuelto a tocar y tan pocos conocían, se quedó unos segundos mirándo a aquella joven mientras unas imágenes antiguas acudían a su cabeza. Entonces ella volvió a acercar su boca a su oído para decir simplemente: "Ella era mi madre".

Bastó un  leve gesto de asentimiento con la cabeza para que se entendieran y, seguidamente, miró al pianista que colocó sus dedos sobre las teclas esperando que él empezara. Cerró los ojos y pegando su boca al saxo sopló con delicadeza dejando salir la melodía, de la misma manera que hacía más de cuatenta años la había compuesto.

Fue una madrugada en blanco y negro, de esas que el olvido hace que se tiñan de nieve los bordes, de esas que transcurren en una sala de baile que se difumina por el humo, el calor y las notas de los instrumentos.
Podía haber sido un día como otro cualquiera, en el que tocar era un trabajo por el que le pagaban unas horas para luego irse a la pensión y dormir hasta el día siguiente. Sin embargo, cuando todo el mundo se había ido y él estaba metiendo el saxo en la funda, un joven se le acercó y le pidió una última canción.
No pudo negarse al ver al ver un brillo en sus ojos mientras miraba a una muchacha que le esperaba en la pista, iluminada por la escasa luz que entraba de la calle. Así que dejó salir las notas sin pensarlo, sin seguir ninguna melodía conocida, solo algo suave para comenzar. El joven rodeó a la chica por la cintura y apoyó la mejilla con delicadeza en su cabeza, que inclinada, tenía los ojos cerrados.
Se dio cuenta entonces de que ese momento lo iban a llevar guardado siempre en su memoria, sólo bastaba mirarlos para ver como se difuminaban en una distancia que pronto les separaría,  así que se dejó llevar y tocó una melodía que se fue creando poco a poco, sólo para ellos, con cada paso que daban sus pies, cada vuelo del vestido de ella, con cada luz centelleante que se filtraba por la ventana...
Cuando las notas se fueron apagando, él la estrechó con fuerza y deslizando su mano sobre la de ella se alejó con rapidez llevando su petate al hombro, dejándole sola en la pista, como una silueta que había perdido su rumbo.

Con la funda en la mano, el músico pasó al lado de la joven, que se había dejado caer en una silla, y colocó los dedos en su hombro.
-Se que nunca le volveré a ver - dijo ella con la mirada perdida.

Él la ayudó a levantarse y salieron juntos a una mañana que empezaba a clarear. La gente corría de un lado para otro, la música todavía sonaba en las calles y él encendió un cigarrillo mientras miraba como ella se colocaba el abrigo.
-¿Hoy es la mañana de carnaval? Se me había olvidado - dijo ella sorprendida.
-Sí, eso parece.
La joven se quedó pensando y abrochando el último botón exclamó:
-Entonces nunca podré celebrarlo, ¡Qué pena!...Pero bueno, gracias por la canción - le dijo dando media vuelta y empezando a alejarse.
- De nada - le contestó entre el barullo - a partir de ahora la canción se llamará así, para que  pueda recordarlo de alguna manera.
Ella le miró con ojos tristes y dándose la vuelta se alejó entre la gente.

Cuando terminó de tocar la canción, sintió que se quitaba un peso de encima, como si millones de años hubieran pasado frente a él. La joven, desde su mesa, le sonrió. Él guardo el saxo en su funda y, al pasar a su lado, colocó los dedos en su hombro y se acercó a su mejilla:
- ¿Se volvieron a ver?- le preguntó
La muchacha negó con la cabeza.
- Pero ella se quedó con su canción, y todavía suele tararearla.

A sus 77 años, con un gorro que le protegía del viento y las manos en los bolsillos, caminó lentamente hasta su apartamento y sin encender la luz se dirigió a la cocina. Cogió la botella de aguardiente y la vació en el fregadero.
-Ya no te voy a necesitar más, amiga.
Atravesó el pasillo hasta su habitación y se tumbó en la cama. Le esperaba la mañana siguiente, pero antes disfrutaría de esos sueños que siempre le aliviaban, esos en los que la gente bailaba en la pista hasta la madrugada y cuando se iban a casa las cosas terminaban bien.


Foto recortada de la Swing Station


viernes, 6 de diciembre de 2013

Rompiendo mi día de novela por Mandela, ¡Lo merece!


Esto va por ti, Madiba, porque tus palabras llegaron y llegan, y porque tu ejemplo es un legado que nos queda para ser mejores y luchar por lo que realmente importa.

Mis letras suelen ser ficticias, pero basadas en algo real, y ante esto no he podido dejar de escribir y mezclar, como siempre, para enviarte una carta allá donde estés ahora. Una carta, un beso y un abrazo fuerte. Lo demás... siempre estará. 



Eran las diez de la noche cuando mi teléfono vibró y un mensaje hizo que mi cuerpo se quedara paralizado durante unos segundos, sin saber que hacer, sin saber que mover, que decir, que expresar.  Esperaba la noticia desde hacía tiempo, mis ojos se detenían en cada noticia intentando evitar lo inevitable, mi respiración se entrecortaba antes de que apareciera la primera página en pantalla, mis músculos se tensaban sabiendo que algún día, no muy lejano, iba a tener que escucharlo.

Sin embargo fue en una noche tranquila, mientras cocinaba uno de mis platos preferidos, y alguién pensó en mí al escuchar la noticia. Oí el sonido del móvil y tras terminar de pelar la cebolla, cogí un trapo para secarme las manos y paseé con tranquilidad hasta el salón para adivinar el porqué de ese pitido. 
Mientras mis pies se deslizaban sobre el parquet, escuchaba el silencio de la noche y pensaba en lo bonita que es la soledad de los momentos que la disfrutas contigo misma. La luz amarillenta de la farola estraba por la ventana, y las sombras de los muebles se paseaban por el salón en penumbra. 

Cogí el aparato y pulsé la tecla para leer el mensaje. Creo que me quedé paralizada, sin saber muy bien que hacer. Mis músculos se contrajeron y mi cara dejó escapar un gesto de miedo, una mueca de asombro y un destello de tristeza. 
Miré al infinito y encontré calma. 
La calma que está presente tras la tormenta, la calma que te ayuda a escuchar.
Entonces caminé hasta la cocina y miré las noticias. Ví su cara en la pantalla, ahí, sonriéndome, y tuve que devolverle la sonrisa. 
La tristeza se unió a una ola inmensa que me hizo tiritar y darme cuenta de que me sentía feliz. Feliz por haberle conocido, porque desde hacía tiempo caminaba a mi lado, cerca, sin querer separarme mucho de él  porque me hacía ser mejor, me hacía pensar, me hacía ver las cosas de otra manera, me hacía actuar, me hacía creer...

Así que me acerqué a la ventana de la cocina, esa desde la que se ve parte de la antigua muralla de la ciudad, desde la que las estrellas brillan con fuerza en la noche, y dónde la luna se alza a lo alto mirándonos y cubriendo el suelo de luz. 
La abrí y simplemente alcé la vista para mirarle. Le lancé un beso y cerré fuerte los ojos, para enviárselo. Corté unas cuantas siemprevivas y colgué el ramo en la cuerda de tender, decorando la oscuridad.

Así pude volver a coger el cuchillo y seguir cortando la cebolla. Puse música en el ordenador y seguí preparando la comida. Sintiendome más cerca aún de una persona que siempre caminará junto a mí.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Mi proyecto de novela... sigue!!!


Este mes ha sido una aventura. Una aventura literaria, y novelesca también. Una de esas que hay que contar.

Sentarse a escribir una novela no se hace todos los días, y menos presionada por el NaNoWriMo, mes internacional de la novela. Para lo bueno y lo malo; para la presión y el aliento; el empuje y la impotencia…

Mis días estaban marcados por las palabras que tenía 
que escribir,aunque no siempre conseguía hacerlo.
Lo primero fue abrir un cuaderno y escribir en la primera hoja un esquema de mi idea: personajes, conexiones, principio, historias, fin, lugares… La siguiente página la destiné a las inspiraciones para escribir la historia, la siguiente a los temas que quería resaltar si o sí, a las reflexiones que quería que tuviera. Después un índice, y luego me lancé.


Elegí una biblioteca tranquila, con una mesa al lado de la ventana, un árbol mirándome y el cielo azul cubriendo mi mejilla derecha. El frío se quedaba pegado a las ventanas, y la música de Ben Harper y Jack Johnson se unía a mis dedos para conseguir transformar mis pensamientos en palabras. 




                     

                      
 
Otros días elegía cafeterías curiosas que me ofrecían el ambiente perfecto para dejar fluir la historia. Casi siempre acompañada de un té bien caliente, una música que curiosamente era la que yo tengo en mi ordenador y una mesa alejada de la entrada, de madera, o vieja o reciclada, un sillón como el de casa o una cristalera que permitía que mi mente volara ¡Suerte encontrarlos!




Muchos momentos fueron yo sentada frente a las teclas sin saber por dónde tirar, atascada en las palabras, en una escena que no sabía como desarrollar… Porque una cosa es que la tengas en tu cabeza y otra muy distinta pasarla al papel. Por eso, iba escribiendo partes de la historia desordenadamente, conforme se me ocurrían y tenía necesidad de contarlas. Luego ya las uniría.
Por ejemplo, el tercer día escribí uno de los últimas partes, y el principio no lo terminé hasta la mitad del mes.


Aún y todo no la he terminado. Ha sido imposible. Además de que no quiero hacerlo todavía. Un mes es muy poco para la alegría que sientes mientras una historia se va formando en tu cabeza y va saliendo poco a poco. Durante el día, mientras estas paseando, hablando con alguien, bailando, de vuelta a casa… viene a tu cabeza y te cuenta como quiere seguir. Los personajes se perfilan, el ambiente te invade para que seas capaz de describirlo mejor, los entresijos se revelan poco a poco….
Y no quiero soltarlo.

Así que... me tomo el mes de diciembre para seguir perfilándola.


Ya voy 20.000 palabras, 50 páginas de word...

Y Papeleando tendrá que esperar hasta que mi historia vaya aumentando. Aunque llegan Navidades y el papel estará presente. Algo os contare´.

¡Feliz comienzo del invierno!