Vuelvo a utilizar a Williams Fitzsimmons, pero es que es escuchándole cuando ha surgido lo que escribo abajo.
Me imagino la historia llena de colores, colores que rodean a la protagonista en cada escena
Te alejabas con un coche de aquella desvencijada estación de autobuses y sentí una punzada en el estómago. Mire al conductor y escuché el sonido del motor arrancando, y me sentí engullida por aquel asiento que olía a rancio y el brazo de mi compañero que ya se había dormido.
Tus ruedas desprendían polvo, y el paisaje se distorsionaba. No podía ver ya ni tu matrícula, ¿me acordaría?
El sonido de la radio ocupaba cada recodo del autobús y sentí ganas de romper el cristal y salir corriendo, pero tu ya te habías ido y mis piernas no tenían la suficiente fuerza para alcanzarte.
Seguí leyendo novelas de piratas y cosiendo mi propia ropa. Seguí ayudando a mi madre en la pescadería y acercándome al puerto a recoger el pescado cuando el barco de mi hermano y mis primos llegaba. Seguí acudiendo sola a los cines de los sábados en el descampado, y al mercado tumultuoso envuelta por los gritos de la gente. Seguí acercándome al mar para sentir el frío en mis pies y haciendo pasteles en las tardes lluviosas.
Y sí, me acordé de la matrícula. Utilicé ese número como nombre cuando abrí mi propia tienda de ropa; cerquita del puerto, para ver el mar, y no recordar ese polvo de la carretera que borró un día aquello que todavía, a veces, me lleva a ti.
Me imagino la historia llena de colores, colores que rodean a la protagonista en cada escena
Te alejabas con un coche de aquella desvencijada estación de autobuses y sentí una punzada en el estómago. Mire al conductor y escuché el sonido del motor arrancando, y me sentí engullida por aquel asiento que olía a rancio y el brazo de mi compañero que ya se había dormido.
Tus ruedas desprendían polvo, y el paisaje se distorsionaba. No podía ver ya ni tu matrícula, ¿me acordaría?
El sonido de la radio ocupaba cada recodo del autobús y sentí ganas de romper el cristal y salir corriendo, pero tu ya te habías ido y mis piernas no tenían la suficiente fuerza para alcanzarte.
Seguí leyendo novelas de piratas y cosiendo mi propia ropa. Seguí ayudando a mi madre en la pescadería y acercándome al puerto a recoger el pescado cuando el barco de mi hermano y mis primos llegaba. Seguí acudiendo sola a los cines de los sábados en el descampado, y al mercado tumultuoso envuelta por los gritos de la gente. Seguí acercándome al mar para sentir el frío en mis pies y haciendo pasteles en las tardes lluviosas.
Y sí, me acordé de la matrícula. Utilicé ese número como nombre cuando abrí mi propia tienda de ropa; cerquita del puerto, para ver el mar, y no recordar ese polvo de la carretera que borró un día aquello que todavía, a veces, me lleva a ti.