Y con esta canción de Hermanas sister, va un nuevo texto para estas tardes de sol
Ruth era disfuncional. Lo arreglaba intentando sobresalir en algo, como por ejemplo en hacer figuras con papel, pero a veces le salían torcidas y entonces las tiraba a la basura, y el portero las recogía y se las daba a sus hijos para que jugaran, porque a él le parecían lindas marionetas que alguien podía darles vida. Y sus hijas, las llevaban a la escuela, y varios niños jugaban con ellas en el patio y se iban a sus casas hablando de ellas.
Otras veces, Ruth, lo arreglaba pintando en los cristales de la cocina. Hacía bellas formas con los pinceles y esperaba a que le diera el sol para que proyectara luces de colores en las baldosas frías. Y desde la calle las vecinas podían ver el colorido, y sonreían, y se lo contaban unas a otras, a veces hasta descolgaban el teléfono para llamar a sus parientes y en las conversaciones se lo contaban, y ellos abrían mucho la boca y se imaginaban todo como una postal, donde el color sale sólo de una ventana mientras el sol se apaga.
Y otras veces, Ruth, tiraba mensajes que no se atrevía a decir en voz alta a nadie. Recortaba unos papelitos con formas y escribía palabras bonitas que caían sobre las calvas de los viandantes, en las bolsas de la compra de las señoras, a los pies de las mamás que iban con su hijos, en las mochilas de los adolescentes... y todos estos se sorprendían cuando los encontraban, luego esbozaban una sonrisa, y luego se sentían tan bien que aquel día ya estaba todo resuelto.
Y lo más triste era cuando mirabas hacia arriba y veías a Ruth asomada a la ventana pero sin querer que la viesen. Pero muchos hacían como que no la veían y seguían sonriendo su camino. Así ella se sentía tranquila y podía asomarse un poquito más.
Ruth era disfuncional. Lo arreglaba intentando sobresalir en algo, como por ejemplo en hacer figuras con papel, pero a veces le salían torcidas y entonces las tiraba a la basura, y el portero las recogía y se las daba a sus hijos para que jugaran, porque a él le parecían lindas marionetas que alguien podía darles vida. Y sus hijas, las llevaban a la escuela, y varios niños jugaban con ellas en el patio y se iban a sus casas hablando de ellas.
Otras veces, Ruth, lo arreglaba pintando en los cristales de la cocina. Hacía bellas formas con los pinceles y esperaba a que le diera el sol para que proyectara luces de colores en las baldosas frías. Y desde la calle las vecinas podían ver el colorido, y sonreían, y se lo contaban unas a otras, a veces hasta descolgaban el teléfono para llamar a sus parientes y en las conversaciones se lo contaban, y ellos abrían mucho la boca y se imaginaban todo como una postal, donde el color sale sólo de una ventana mientras el sol se apaga.
Y otras veces, Ruth, tiraba mensajes que no se atrevía a decir en voz alta a nadie. Recortaba unos papelitos con formas y escribía palabras bonitas que caían sobre las calvas de los viandantes, en las bolsas de la compra de las señoras, a los pies de las mamás que iban con su hijos, en las mochilas de los adolescentes... y todos estos se sorprendían cuando los encontraban, luego esbozaban una sonrisa, y luego se sentían tan bien que aquel día ya estaba todo resuelto.
Y lo más triste era cuando mirabas hacia arriba y veías a Ruth asomada a la ventana pero sin querer que la viesen. Pero muchos hacían como que no la veían y seguían sonriendo su camino. Así ella se sentía tranquila y podía asomarse un poquito más.