lunes, 28 de marzo de 2011

Tu matrícula

Vuelvo a utilizar a Williams Fitzsimmons, pero es que es escuchándole cuando ha surgido lo que escribo abajo.
Me imagino la historia llena de colores, colores que rodean a la protagonista en cada escena



Te alejabas con un coche de aquella desvencijada estación de autobuses y sentí una punzada en el estómago. Mire al conductor y escuché el sonido del motor arrancando, y me sentí engullida por aquel asiento que olía a rancio y el brazo de mi compañero que ya se había dormido.
Tus ruedas desprendían polvo, y el paisaje se distorsionaba. No podía ver ya ni tu matrícula, ¿me acordaría?
El sonido de la radio ocupaba cada recodo del autobús y sentí ganas de romper el cristal y salir corriendo, pero tu ya te habías ido y mis piernas no tenían la suficiente fuerza para alcanzarte.

Seguí leyendo novelas de piratas y cosiendo mi propia ropa. Seguí ayudando a mi madre en la pescadería y acercándome al puerto a recoger el pescado cuando el barco de mi hermano y mis primos llegaba. Seguí acudiendo sola a los cines de los sábados en el descampado, y al mercado tumultuoso envuelta por los gritos de la gente. Seguí acercándome al mar para sentir el frío en mis pies y haciendo pasteles en las tardes lluviosas.

Y sí, me acordé de la matrícula. Utilicé ese número como nombre cuando abrí mi propia tienda de ropa; cerquita del puerto, para ver el mar, y no recordar ese polvo de la carretera que borró un día aquello que todavía, a veces, me lleva a ti.



lunes, 21 de marzo de 2011

Cerca

Para este 21 de marzo, día de la primavera, un texto más largo (inspirado por una noticia que leía en el periódico hace unas semanas), acompañado por la música de William Fitzsimmons y un dibujo de Hidrargirista


Lo encontré sentado en la mesa de madera, junto a la ventana de la cocina, desde la que se oía la furia del viento que golpeaba las olas.
Vi esa casa por primera vez en una foto del periódico local, hacía dos días, y localizar la zona había sido un poco difícil. Escondida entre la maleza, en una zona de playa impenetrable,donde ni siquiera llegaba el tendido de la luz, se erguía inclinada mirando al océano.

Él bebía un vaso de vino acompañado de algunas aceitunas y no me miraba a los ojos, sino a algún lugar entre mi nariz y mi mejilla. No estaba acostumbrado a tratar con personas.

-¿Cuánto lleva navegando?
-Desde que era un claval.

Sus risas eran escuetas y no dejaba de perfilar una madera con un afilado cuchillo dejando ver unas descuidadas y sucias uñas que ya parecían hasta torcidas.
Sentada de medio lado, sin querer tocar demasiado aquella silla que parecía caerse a trozos, y la cual, aquel viejo de más de noventa años, me había ofrecido como el mejor asiento; miraba a mi alrededor y me perdía más en los silencios.

-¿Y qué pasó aquel día?
-No mucho más que los demás
-He oído que se alejó demasiado.
-Si, eso parece

No había ningún objeto de decoración en las encimeras. Sólo vi un cuadro antiguo colgado al lado de una puerta, un reloj de cuco que ya no funcionaba y un retrato dentro de las estanterías acristaladas que contenían el whisky que parecía consumir asiduamente. Ahí, entre botella y botella había una foto desgastada , seguramente porque nunca había visto un cristal que la protegiera de la intemperie, del salitre que se colaba por cada rendija.

-¿Tiene usted familia?
-No, ya murieron - agarró su vaso y lo terminó de un trago.
-¿Y no le queda nadie? ¿algún amigo?
-Los viejos de los alrededores no me soportan. Creen que después de tantos años en el mar me he vuelto un cascarrabias. Además les digo lo que pienso y eso no les gusta.

No me atreví a preguntarle por el retrato. Pensé que si lo desempolvaba, aquel silencio se iba a convertir en algo que no me iba a gustar.

-Señor Pablo. Le vi en el periódico local y leí lo que pasó. Decidí venir porque estoy estudiando la muerte y usted la tuvo cerca.
Cuando pronuncié esa palabra me miró de sopetón y fijo sus ya pequeños ojos grises en mí.
-Eres muy joven para preguntarme por eso
-Quizá - puntualicé - pero yo también la he tenido cerca.
-¿Entonces?
-No yo exactamente
-Entiendo
Volvimos a quedarnos en silencio.
-Sólo puedo decirte que lo que buscas no lo vas a encontrar. No pienses en ello, no merece la pena. - me dijo sin mirarme
-Pero usted lo hace
-Yo ya soy viejo
Bebió otro sorbo de su vaso que se había vuelto a servir, y se levantó lentamente dirigiéndose a la cocina. Rebuscó entre los cajones y se acercó con algo en la mano que dejó caer sobre la mesa.
-¿Qué es eso? - le pregunté.
-Lo único de luz que hay en la casa.
Miré y vi una piedra de color azul que brillaba con los reflejos que entraban por la ventana. La cogí en la palma de mi mano y la manosee.
-Pertenecía a un collar de mi mujer, bueno, la que hubiera sido mi mujer
Le miré sin saber que decir.
-No pienses más.
Eso fue todo lo que me dijo.

Recogí mis cosas mientras él ponía algo a calentar en el fuego y salí de aquella casa sin páginas escritas, o voces en la cinta de la grabadora.
A eso había ido, a cubrir una noticia de un naufrago para un reportaje, pero no tenía tal. Salía de ahí con silencios, escenas entrecortadas y el reflejo de una piedra azul en la cabeza. O quizá había ido por otra cosa.
La mente humana es impredecible.
Cogí el coche y me alejé lentamente mientras escuchaba los mensajes del contestador del móvil.
A veces todavía esperaba escuchar la voz de Gabriela al otro lado, de mi padre en la lejanía, o de mi pequeño Teo que aún me habla en sueños.

viernes, 11 de marzo de 2011

Hay tiempo

Una canción de Ani DiFranco y un dibujo de Jula hiceron salir estas letras






Creíamos que no lo había, que algo se abalanzaría sobre sobre nosotras, pero nunca pasó.
Nos pusimos el abrigo y salimos a la calle mojada, mientras los copos empezaban a caer. La abuela nos saludó desde la ventana, y nosotros continuamos caminando jugando a hacer vaho con la boca y a adivinar futuros inciertos.
Me dijiste que te irías pronto, yo te planté un beso en la clavícula.
Me dijiste que ibas a ser bailarina, yo me reí mirando tus pies.
Me dijiste que algún día ibas a vestir sólo de rojo, yo entorné los ojos y eché a correr.
Me alcanzaste cuando nos acercábamos al cementerio. Creo recordar que te paraste un segundo y lanzaste un piedra. Te llamé y no tardaste en aparecer tras la esquina, con las mejillas sonrojadas y casi sin respiración.
Recuerdo todo eso porque ahora no estás aquí y quiero decirte una cosa.
Pensábamos que todo pasaba sin que hiciéramos nada, pero lo hicimos:
Llenamos una casa,
trajimos navidades llenas de sonido y nuevos platos cuando regresábamos,
fui a verte actuar en algún teatro,
viniste a visitarme mientras viajaba por el mundo,
enviamos flores cada año al cementerio del pueblo,
pusiste a tu niña mi nombre,
te envié una caja llena de cacahuetes para tu treinta y ocho cumpleaños,
fuiste la madrina de mi casi hija.

Y ahora, ahora que el tiempo se te ha ido, yo voy a hablarle de ti. Y voy a decirle que te deje un hueco, aquí junto a mí, para que pueda contarte todo lo que pasa, para que, para que...
podamos seguir caminando echando vaho juntas.


lunes, 7 de marzo de 2011

PAPEL LERIA III


Y sigo con la historia, tras la I y la II. Esta vez la III parte.
Con la música de Medelia y un dibujo de Silvia Herranz




-¡Corre!
Mi hermana gritaba con fuerza mientras seguía los pasos que yo iba dejando en la tierra mojada.
Escuchaba el viento golpear las hojas, sentía las ramas clavarse a cada paso entre mis piernas, y aún y todo seguía teniendo energía para avanzar entre los árboles y no detenerme.
-Cuando lleguemos al abrevadero tu vete hacia la casa de la montaña, yo iré hacia la derecha. - Escuchaba que me decía su voz por detrás.
-No quiero que nos separemos - le grité
-Es lo mejor, ¡No pares!. Juan estará en el embarcadero. Si no aparezco en media hora vete para allí.
Llegamos al abrevadero y me detuve a coger aire mientras clavaba mis ojos en los de mi hermana mayor.
-Valentina- me dijo con cariño - Ahora corre lo más sigilosamente que puedas y recuerda lo que mamá nos enseñó, eso nos salvaré. Sueña con ello.
Se acercó a mi mejilla y noté un susurro en mi oído.
-¡Vete! - me dijo separándose y corriendo en dirección contraria.
Desapareció entre los árboles y esa fue la última vez que la vi.

La papelería se quedó en silencio y todos le miraban expectantes.
-Juan - le dijo a su hermano - Ahora te toca a tí.

Él se apoyó en el mostrador y agarró la mano ya arrugada de su hermana mientras empezaba a hablar:

-Yo esperaba en el embarcadero escondido - empezó a decir - Ponía a punto la lancha y espera observando cada movimiento extraño que podía producirse.
Había dejado la casa por orden de mi padre, que me había dicho que mi labor era que pudiéramos escapar. Nuestra madre me dio un saco con comida y ropa de abrigo y noté en sus ojos que se despedía de mí. Me acompañó a la puerta de atrás apresurada y me dijo algo que se repitió tantas veces en mi mente que terminó por quedar grabado:
Mitsi dumbe abiamba bella, azgamu heyo guantu semba. Hazlo tuyo hijo, y sobrevivid. ¡Ahora corre!

El silencio volvió a invadir la tienda y tan sólo se oyó el sonido de la campanilla de la entrada golpeada por el viento.

-Ni siquiera es seguro estar aquí - continuó Valentina - Se que tenéis muchas preguntas pero no es el momento. Ahora cada uno tiene que recordar su labor. Cerrad los ojos y repetid conmigo lentamente, vuestra mente os lo irá revelando:

Mitsi dumba, abianda bella...