jueves, 10 de noviembre de 2011

Pintando el mundo


No tenía nada a lo que aferrarse, nada por lo que permanecer más tiempo en este mundo de los vivos; sin embargo este mundo le gustaba. Le gustaba observarlo, sentirlo, llenarse de él. Caminar por los parques, mirar al cielo entre las ramas de los árboles, sentarse a hacer compañía a los ancianos que descansaban en los bancos, abrir la puerta a la gente en las cafeterías, esperar en las lavanderías; ver la nieve caer sobre parejas en la calle, escuchar las risas, ver las sonrisas, los gestos, las muecas; sentir las palabras que se susurraban, las caricias de las madres a sus hijos, los abrazos entre amigos...
Palpitaba su pequeño corazón cada vez que sus sentidos le proporcionaban algo sobre lo que dibujar. Y es que no podía no hacerlo. Siempre con un cuaderno y un lápiz, siempre con los dedos un poquito negros, siempre con esa mirada concentrada para no perder un trazo, para no dejar escapar un sentimiento reflejado en papel.
La única constante era aquel pajarito que cada mañana se posaba en su ventana y esperaba a que ella abriera el cristal recubierto de hierro y con esa delicada mano, casi siempre envuelta en un guante de lana roja porque la calefacción no funcionaba, le diera unas migas de pan.
Desayunaba en cafeterías distintas, aunque en muchas ya le conocían. No por su nombre, o por su apenas audible voz, sino porque nunca se quitaba esos guantes de lana rojos hasta que había pasado un buen rato y porque siempre llevaba un tocado del mismo color con un encaje negro en forma de circulo, y porque acompañaba el té de 4 pastas que se iba comiendo migaja a migaja con una parsimonia relajante.

A veces era casi invisible. La gente pasaba a su lado pero no la veía, sólo la sentía. Sentía algo tan profundo, tan arraigado, que incluso hacía daño. Otras veces le sonreían o le miraban con extrañeza. Se movía con sigilo, como si no quisiera hacer ruido. Y cuando la tocabas tenía la piel tan blanca que parecía transparente.

Ella sentía el mundo. Lo sentía y lo pintaba.

Puede que la veamos algún día en un banco del parque, o sea esa chica que nos cruzamos en la calle y no sabemos porqué pero nos hace girar la cabeza. Puede que sea la que nos sonríe cuando se nos cae algo, o la que ayuda a un señor ciego a no perderse entre los coches. Puede que seamos nosotros.

Quizá un día, tengamos que hablarle.









viernes, 4 de noviembre de 2011

Dulces sueños


Volvemos con algún otro escrito, ya iba siendo hora, aunque estos meses han sido ajetreados; pero esta canción de Laura Jensen y Cary Brothers, "Come pick me up" y esas cosas que a veces pasan a tu alrededor y no te dejan inerte, me han llevado a escribir esto, otra historia para una continuación. Como siempre, leer mientras escucháis esta preciosa canción!





Hoy ha llegado una carta que no quiero abrir. Huele a rancio, a podrido, a algo que se extingue.
Puede que en otro momento me hubiera alegrado, pero ahora, justo ahora, no.
La ventana deja pasar los árboles, el asfalto, el mar al fondo, el sol escondiéndose por el horizonte. Arropada con una fina chaqueta me hago un ovillo en el asiento y cierro fuerte los ojos para llegar cuanto antes, para alejarme de allí, para sentirme otra yo. Paso los pueblos que parecen fantasmas, con las calles semidesiertas, con algún niño jugando a algo que no distingo pero me trae recuerdos olvidados… Intento no derramar ni una, ni una sola; para creerme que soy fuerte.
Me espera un apartamento vacío, una ciudad nueva, una noche llena de silencio y ruido de coches al pasar. Pero casi no duermo y me encantan los reflejos de las luces en el cielo de mi habitación.
Pensaré en mi abuela, en sus refranes, en sus postres de los domingos. Así olvidaré lo que podría poner en esa carta. El amanecer en la gran ciudad me deparará algo bonito, y en la cafetería de la esquina el café por las mañanas será mi amuleto.
Ya queda poco. Sólo cerraré unos minutos los ojos para que llegue antes.
Dulces sueños queridos recuerdos, dulces sueños mi vida.

(Por R, porque hay vidas que se quedan en el camino pero hay preciosas fotografías en nuestras retinas que siguen sonriendo)

martes, 11 de octubre de 2011

lunes, 19 de septiembre de 2011

martes, 2 de agosto de 2011

Poemillas en el 2º número de Gatos y Mangurrias

En el segundo número de "Gatos y Mangurrias", una revista poética digital llevada por una editorial Cacereña y otra de Madrid, salen 3 poemas míos. ¡A leerlos!

Podéis verlos descargándolo aquí.

http://issuu.com/rumorvisual/docs/dos_gatosymangurrias

martes, 14 de junio de 2011

De cómo el batería se enamoró de la cantante y el circo se marchó de la ciudad

Fui a un concierto, les escuché, historias se intercambiaban en el escenario... y surgió esta




¿Llovía, o no?
¿El viento golpeaba las ventanas o el sol azotaba los postigos?
Da igual.
Él le oyó cantar,
Ella le oyó tocar.
Lo demás…
Tonterías.

Tímidos se observaban de reojo,
Soñadores, recorrían las letras en cada canción,
Nerviosos, una se mordía el labio y el otro no dejaba de mover un pie.

No sabemos si se besaron,
No sabemos si se rozaron,
Pero si nos dimos cuenta de que un día el circo se fue,
Y ella también, con él.
Y luego sólo quedaron los banderines de las carpas tirados en un contenedor.

Uno de ellos está pegado en la batería

jueves, 2 de junio de 2011

Las manos de Almudena

El sábado fui a ver a Almudena Grandes mientras firmaba libros y luego hablaba de su nueva novela: Inés y la Alegría. Me embaucó lo que contaba, en la historia, en los detalles, mientras nos envolvía todos por su voz ronca, pero sobretodo me fijé en sus manos. Y de ahí salió esto.
Acompañado por Joaquín Sabina, una canción de habla de "las vidas que nunca seré"



Frágiles y a la vez enérgicas, adornadas únicamente por un modesto anillo de plata coronado por una piedra negra, se movían frente a su cuerpo mientras su voz iba narrando a los asistentes aquello que se había ido forjando en su mente y ella había ido plasmando en papel.

Y fue Inés el nombre que dijo a la vez que movía las manos de aquella manera peculiar, torcía el labio y volvía a dar vueltas a sus dedos en el aire. Fue Inés porque la tenía dentro desde hacía tiempo, porque la llevaba pegada a su oído dejando que le contara historias, peleándose con ella, a veces haciéndole gestos de entendimiento.
Y sobretodo fue Inés porque ella llevaba varios años apareciéndosele en sueños, mostrándole imágenes de lo que quería que fuera su vida, enseñándole fragmentos de una historia que estaba todavía sin escribir.

Ahora ya tiene su vida hecha, ya ha conseguido lo que quería, ya ha cumplido sus inquietudes. La tinta le ha dejado existir y esas manos le han dado forma.
Ahora la sombra de Almudena lleva otro nombre, sus dedos son guiados por otra voz, sus sueños los ocupa otra historia.
Pero sobretodo sus manos se expresan de otra manera, porque esas manos se mueven al compás de lo que siente y de la historia paralela que anida en su interior. Esas manos las mueve la nueva protagonista que se expresa a través de ella para poder salir un segundo al mundo exterior y decirnos a todos que existe.

lunes, 23 de mayo de 2011

El castillo de Dulzaida

Tras unos días fuera de internet, caminando por parajes de cuentos, ahí va un relato sobre algo que pude ver... ¿porqué no? ;) Ambientado por la música de Find Emma

Musgo, frondosos caminos, barro, hojarasca... Y ahí enclavado, el Castillo de Dulzaida.
Bajaba cada mañana la carretera de piedra en el coche, o esa era la versión oficial, para abrir sus puertas y esperar en la caseta de la entrada a que vinieran los visitantes.
Era un sitio poco conocido, pero siempre se formaba un buen grupo por la mañana, y otro más pequeño por la tarde.
Ella les enseñaba su historia, su construcción, el patio de armas, recorrían los pasillos inferiores, les enseñaba el huerto, subían por las escaleras de caracol, visitaban algunas estancias, la torre de la princesa (bueno, la antigua), y hasta un pasadizo secreto, pero sólo el más corto.
Luego los despachaba a todos. Cerraba bien con el candado, daba de comer a Bobby, el perro que cuidaba el lugar por las noches de los intrusos, y cogía de nuevo el coche. Sólo que una vez llegaba a la tercera curva, se metía un poco en el bosque y dejaba el automóvil tapado entre unos matorrales. Lo recubría con una manta de hojas, le quitaba la matrícula y los objetos personales y se ponía a caminar. Al lado de un árbol, uno como otro cualquiera, palpaba el suelo, levantaba una trampilla y descendía unas escaleras sin dejar rastro. Unos minutos entre pasadizos, cruces y señales falsas y por fin una pared. Accionaba una piedrecita, esperaba y decía una contraseña.
Entonces le abría un señora vestida de sirvienta y le saludaba.
-¿Ha tenido un buen día señorita?
Le ayudaba a quitarse esas ropas tan estrafalarias y le ponía un suntuoso vestido mientras le trenzaba el pelo decorándolo con perlas.
-¿Como está el huerto? - le preguntaba mientras- ¿Y Bobby se porta bien?
Totalmente arreglada subía unas escaleras y la majestuosidad del Castillo le envolvía, con sus tapices colgando, las lamparas y los candelabros, los escudos de armas, las barandillas de oro.
Saludaba a la reina que solía estar tomando el té y pasaba por el salón donde el príncipe tenía a esa hora su clase de esgrima.
-¿Les has contado lo de siempre? - le preguntaba- ¿Alguna novedad?
Y esa noche, mientras se acercaba al jardín trasero para asistir a su clase de canto, se encontró con el ama de llaves y le dijo discretamente.
- Hay que decir a Celestina que no vuelva a acercarse al ala este porque uno de los visitantes le ha visto y se ha pegado un buen susto. He conseguido convencerle que era una señora del pueblo que venía a limpiar.
- No se preocupe princesa, yo hablare con ella.

domingo, 8 de mayo de 2011

PARA FER y NALIA

Blind Pilot me dio el fondo perfecto para este texto. Un descubrimiento encantador! (escuchad los coros escondidos al final en la voz de una chica) Y la foto es de un escaparate que suelo ver. La protagonista, una mezcla de una niña a la que pillé mirando una vez y una joven con la que me choqué un día.






El vestido lo había visto en el escaparate de una tienda, ahí puesto, sobre un maniquí sin cabeza. Quizá eso quería decir algo, pero no lo pensó.
No era demasiado llamativo, más bien sencillo, como siempre había imaginado; por que eso es algo que todas, desde niñas, imaginan alguna vez.
Con su madre había ido a comprar los zapatos, blancos y con mucho tacón (ella no era muy alta); Y su tía le había regalado un tocado muy elegante.
Quedaba sólo un mes y tenía una enorme hoja pegada en el frigorífico de su casa en la que iba tachando lo que ya había hecho, como encargar las flores, distribuir las mesas, elegir los detalles... Y en la mesa del salón, una caja llena de invitaciones.

Ese mediodía fue a casa de su madre a comer. En la cocina, de la ventana que daba al patio, siempre abierta, podía escuchar los cuchicheos de las vecinas. Siempre conversaban mientras cocinaban, recubriendo las paredes blancas de cotilleos, gritos de sorpresa, indignación... Pero estos últimos meses la frase que más salía de sus bocas y resonaba entre las plantas y el olor a cocido, era "la boda de tu hija", lo que hacía que la cara de su madre mostrara una mezcla de orgullo e incomodidad.
Nada más llegar, se sentó en la mesa y abrió una carta de una antigua compañera de facultad que su madre había dejado en el recibidor. Hablaba de una casa en el campo, de un trabajo agobiante, de un niño pequeño que había nacido con un problema, de una caravana que se acababa de comprar... La leyó y se quedó unos segundos mirando las baldosas pulcramente limpias que tanto le recordaban a su niñez.
Era el primer momento desde que habían anunciado que se casaban que había permitido vagar su mente y dejarla libre.
-Mamá
-¿Si hija? - dijo ésta mientras revolvía algo frente a los fuegos.
-No voy a casarme.
Y las dos callaron.
Su madre ya lo sabía. Pero ella no. Había necesitado seguir con esa parafernalia para darse cuenta de que no quería hacerlo. De que era algo banal y absurdo, de que se podía vivir sin ese título y ser igual de feliz, de que no podía sucumbir ante algo que se había desvirtuado.
-Mamá - volvió a repetir.
-¿Si hija?
-¿Vamos esta tarde a devolver los zapatos?
Y su madre asintió mientras seguía pelando alguna verdura.

miércoles, 20 de abril de 2011

Disfuncional

Y con esta canción de Hermanas sister, va un nuevo texto para estas tardes de sol

Ruth era disfuncional. Lo arreglaba intentando sobresalir en algo, como por ejemplo en hacer figuras con papel, pero a veces le salían torcidas y entonces las tiraba a la basura, y el portero las recogía y se las daba a sus hijos para que jugaran, porque a él le parecían lindas marionetas que alguien podía darles vida. Y sus hijas, las llevaban a la escuela, y varios niños jugaban con ellas en el patio y se iban a sus casas hablando de ellas.

Otras veces, Ruth, lo arreglaba pintando en los cristales de la cocina. Hacía bellas formas con los pinceles y esperaba a que le diera el sol para que proyectara luces de colores en las baldosas frías. Y desde la calle las vecinas podían ver el colorido, y sonreían, y se lo contaban unas a otras, a veces hasta descolgaban el teléfono para llamar a sus parientes y en las conversaciones se lo contaban, y ellos abrían mucho la boca y se imaginaban todo como una postal, donde el color sale sólo de una ventana mientras el sol se apaga.

Y otras veces, Ruth, tiraba mensajes que no se atrevía a decir en voz alta a nadie. Recortaba unos papelitos con formas y escribía palabras bonitas que caían sobre las calvas de los viandantes, en las bolsas de la compra de las señoras, a los pies de las mamás que iban con su hijos, en las mochilas de los adolescentes... y todos estos se sorprendían cuando los encontraban, luego esbozaban una sonrisa, y luego se sentían tan bien que aquel día ya estaba todo resuelto.

Y lo más triste era cuando mirabas hacia arriba y veías a Ruth asomada a la ventana pero sin querer que la viesen. Pero muchos hacían como que no la veían y seguían sonriendo su camino. Así ella se sentía tranquila y podía asomarse un poquito más.




miércoles, 13 de abril de 2011

UNA LINEA




Rodeada de la quietud de la plaza, la luz se iba extinguiendo mientras miraba el palacio. Ahí arrinconada, en un banco rodeado de césped, observaba sus piedras con curiosidad y empeño por discernir cada grieta, cada recoveco, cada torre...
Cogí el lápiz y empecé a dibujar cada línea... como se cortaba y seguía ascendiendo; como daba un giro y se convertía en torreón; luego descendía paredes y se convertía en una puerta, en un cincel, en una gárgola...
Y mientras movía mi mano creando negros y grises, escuché una música que venía de la plaza de al lado, donde la iglesia había cerrado su portón hacía unas horas y sólo quedaban los pasos extinguidos de los viandantes. Era un voz ronca que se desgarraba al rasgar las cuerdas de una guitarra, que hablaba de historias prohibidos, lejanías y desamores.

Sentí como se impregnaba mi papel de notas musicales y se convertía en un dibujo en movimiento, como la música hacía hondear las ramas de los árboles y alumbraba velas en las ventanas.

Cuando ya se hizo de noche y la música se iba apagando, me levanté rápidamente para poder poner rostro a aquella voz ensoñadora. Doblé la esquina y penetré en la plaza dejando caer unas monedas sobre la funda de la guitarra, viendo por el rabillo del ojo como aquel gitano me observaba y se daba cuenta de que yo tenía algo de esa música en mis venas.


miércoles, 6 de abril de 2011

De otros

Esta vez tengo una minirelato pensado. Va de música, de un gitano, de una plaza... pero no está terminado, y quería dejar aquí un trocito de algo que encontré en el blog de Ana Jaka y me encantó:

"Haciendo el payaso, otra vez
Otra vez he hecho el payaso. Porque he querido, como siempre, pero no, no ha habido aplausos. ¿Risas? Casi, es decir, tampoco.
Bueno, no siempre se puede triunfar. Hay que probar de todo hasta dar con la clave, y luego otra vez, cuando se te gasta la gracia.
Es lo que más me gusta del oficio: buscarle las cosquillas a la gente. Y probar, hoy aquí, mañana, allí.
A. dice que los payasos tienen la nariz roja porque tienen enfermo el corazón.
Entonces alguien ha debido de curarse porque nos encontramos una nariz de payaso en el suelo el otro día. Había cogido polvo y me puse a estornudar."

lunes, 28 de marzo de 2011

Tu matrícula

Vuelvo a utilizar a Williams Fitzsimmons, pero es que es escuchándole cuando ha surgido lo que escribo abajo.
Me imagino la historia llena de colores, colores que rodean a la protagonista en cada escena



Te alejabas con un coche de aquella desvencijada estación de autobuses y sentí una punzada en el estómago. Mire al conductor y escuché el sonido del motor arrancando, y me sentí engullida por aquel asiento que olía a rancio y el brazo de mi compañero que ya se había dormido.
Tus ruedas desprendían polvo, y el paisaje se distorsionaba. No podía ver ya ni tu matrícula, ¿me acordaría?
El sonido de la radio ocupaba cada recodo del autobús y sentí ganas de romper el cristal y salir corriendo, pero tu ya te habías ido y mis piernas no tenían la suficiente fuerza para alcanzarte.

Seguí leyendo novelas de piratas y cosiendo mi propia ropa. Seguí ayudando a mi madre en la pescadería y acercándome al puerto a recoger el pescado cuando el barco de mi hermano y mis primos llegaba. Seguí acudiendo sola a los cines de los sábados en el descampado, y al mercado tumultuoso envuelta por los gritos de la gente. Seguí acercándome al mar para sentir el frío en mis pies y haciendo pasteles en las tardes lluviosas.

Y sí, me acordé de la matrícula. Utilicé ese número como nombre cuando abrí mi propia tienda de ropa; cerquita del puerto, para ver el mar, y no recordar ese polvo de la carretera que borró un día aquello que todavía, a veces, me lleva a ti.



lunes, 21 de marzo de 2011

Cerca

Para este 21 de marzo, día de la primavera, un texto más largo (inspirado por una noticia que leía en el periódico hace unas semanas), acompañado por la música de William Fitzsimmons y un dibujo de Hidrargirista


Lo encontré sentado en la mesa de madera, junto a la ventana de la cocina, desde la que se oía la furia del viento que golpeaba las olas.
Vi esa casa por primera vez en una foto del periódico local, hacía dos días, y localizar la zona había sido un poco difícil. Escondida entre la maleza, en una zona de playa impenetrable,donde ni siquiera llegaba el tendido de la luz, se erguía inclinada mirando al océano.

Él bebía un vaso de vino acompañado de algunas aceitunas y no me miraba a los ojos, sino a algún lugar entre mi nariz y mi mejilla. No estaba acostumbrado a tratar con personas.

-¿Cuánto lleva navegando?
-Desde que era un claval.

Sus risas eran escuetas y no dejaba de perfilar una madera con un afilado cuchillo dejando ver unas descuidadas y sucias uñas que ya parecían hasta torcidas.
Sentada de medio lado, sin querer tocar demasiado aquella silla que parecía caerse a trozos, y la cual, aquel viejo de más de noventa años, me había ofrecido como el mejor asiento; miraba a mi alrededor y me perdía más en los silencios.

-¿Y qué pasó aquel día?
-No mucho más que los demás
-He oído que se alejó demasiado.
-Si, eso parece

No había ningún objeto de decoración en las encimeras. Sólo vi un cuadro antiguo colgado al lado de una puerta, un reloj de cuco que ya no funcionaba y un retrato dentro de las estanterías acristaladas que contenían el whisky que parecía consumir asiduamente. Ahí, entre botella y botella había una foto desgastada , seguramente porque nunca había visto un cristal que la protegiera de la intemperie, del salitre que se colaba por cada rendija.

-¿Tiene usted familia?
-No, ya murieron - agarró su vaso y lo terminó de un trago.
-¿Y no le queda nadie? ¿algún amigo?
-Los viejos de los alrededores no me soportan. Creen que después de tantos años en el mar me he vuelto un cascarrabias. Además les digo lo que pienso y eso no les gusta.

No me atreví a preguntarle por el retrato. Pensé que si lo desempolvaba, aquel silencio se iba a convertir en algo que no me iba a gustar.

-Señor Pablo. Le vi en el periódico local y leí lo que pasó. Decidí venir porque estoy estudiando la muerte y usted la tuvo cerca.
Cuando pronuncié esa palabra me miró de sopetón y fijo sus ya pequeños ojos grises en mí.
-Eres muy joven para preguntarme por eso
-Quizá - puntualicé - pero yo también la he tenido cerca.
-¿Entonces?
-No yo exactamente
-Entiendo
Volvimos a quedarnos en silencio.
-Sólo puedo decirte que lo que buscas no lo vas a encontrar. No pienses en ello, no merece la pena. - me dijo sin mirarme
-Pero usted lo hace
-Yo ya soy viejo
Bebió otro sorbo de su vaso que se había vuelto a servir, y se levantó lentamente dirigiéndose a la cocina. Rebuscó entre los cajones y se acercó con algo en la mano que dejó caer sobre la mesa.
-¿Qué es eso? - le pregunté.
-Lo único de luz que hay en la casa.
Miré y vi una piedra de color azul que brillaba con los reflejos que entraban por la ventana. La cogí en la palma de mi mano y la manosee.
-Pertenecía a un collar de mi mujer, bueno, la que hubiera sido mi mujer
Le miré sin saber que decir.
-No pienses más.
Eso fue todo lo que me dijo.

Recogí mis cosas mientras él ponía algo a calentar en el fuego y salí de aquella casa sin páginas escritas, o voces en la cinta de la grabadora.
A eso había ido, a cubrir una noticia de un naufrago para un reportaje, pero no tenía tal. Salía de ahí con silencios, escenas entrecortadas y el reflejo de una piedra azul en la cabeza. O quizá había ido por otra cosa.
La mente humana es impredecible.
Cogí el coche y me alejé lentamente mientras escuchaba los mensajes del contestador del móvil.
A veces todavía esperaba escuchar la voz de Gabriela al otro lado, de mi padre en la lejanía, o de mi pequeño Teo que aún me habla en sueños.

viernes, 11 de marzo de 2011

Hay tiempo

Una canción de Ani DiFranco y un dibujo de Jula hiceron salir estas letras






Creíamos que no lo había, que algo se abalanzaría sobre sobre nosotras, pero nunca pasó.
Nos pusimos el abrigo y salimos a la calle mojada, mientras los copos empezaban a caer. La abuela nos saludó desde la ventana, y nosotros continuamos caminando jugando a hacer vaho con la boca y a adivinar futuros inciertos.
Me dijiste que te irías pronto, yo te planté un beso en la clavícula.
Me dijiste que ibas a ser bailarina, yo me reí mirando tus pies.
Me dijiste que algún día ibas a vestir sólo de rojo, yo entorné los ojos y eché a correr.
Me alcanzaste cuando nos acercábamos al cementerio. Creo recordar que te paraste un segundo y lanzaste un piedra. Te llamé y no tardaste en aparecer tras la esquina, con las mejillas sonrojadas y casi sin respiración.
Recuerdo todo eso porque ahora no estás aquí y quiero decirte una cosa.
Pensábamos que todo pasaba sin que hiciéramos nada, pero lo hicimos:
Llenamos una casa,
trajimos navidades llenas de sonido y nuevos platos cuando regresábamos,
fui a verte actuar en algún teatro,
viniste a visitarme mientras viajaba por el mundo,
enviamos flores cada año al cementerio del pueblo,
pusiste a tu niña mi nombre,
te envié una caja llena de cacahuetes para tu treinta y ocho cumpleaños,
fuiste la madrina de mi casi hija.

Y ahora, ahora que el tiempo se te ha ido, yo voy a hablarle de ti. Y voy a decirle que te deje un hueco, aquí junto a mí, para que pueda contarte todo lo que pasa, para que, para que...
podamos seguir caminando echando vaho juntas.


lunes, 7 de marzo de 2011

PAPEL LERIA III


Y sigo con la historia, tras la I y la II. Esta vez la III parte.
Con la música de Medelia y un dibujo de Silvia Herranz




-¡Corre!
Mi hermana gritaba con fuerza mientras seguía los pasos que yo iba dejando en la tierra mojada.
Escuchaba el viento golpear las hojas, sentía las ramas clavarse a cada paso entre mis piernas, y aún y todo seguía teniendo energía para avanzar entre los árboles y no detenerme.
-Cuando lleguemos al abrevadero tu vete hacia la casa de la montaña, yo iré hacia la derecha. - Escuchaba que me decía su voz por detrás.
-No quiero que nos separemos - le grité
-Es lo mejor, ¡No pares!. Juan estará en el embarcadero. Si no aparezco en media hora vete para allí.
Llegamos al abrevadero y me detuve a coger aire mientras clavaba mis ojos en los de mi hermana mayor.
-Valentina- me dijo con cariño - Ahora corre lo más sigilosamente que puedas y recuerda lo que mamá nos enseñó, eso nos salvaré. Sueña con ello.
Se acercó a mi mejilla y noté un susurro en mi oído.
-¡Vete! - me dijo separándose y corriendo en dirección contraria.
Desapareció entre los árboles y esa fue la última vez que la vi.

La papelería se quedó en silencio y todos le miraban expectantes.
-Juan - le dijo a su hermano - Ahora te toca a tí.

Él se apoyó en el mostrador y agarró la mano ya arrugada de su hermana mientras empezaba a hablar:

-Yo esperaba en el embarcadero escondido - empezó a decir - Ponía a punto la lancha y espera observando cada movimiento extraño que podía producirse.
Había dejado la casa por orden de mi padre, que me había dicho que mi labor era que pudiéramos escapar. Nuestra madre me dio un saco con comida y ropa de abrigo y noté en sus ojos que se despedía de mí. Me acompañó a la puerta de atrás apresurada y me dijo algo que se repitió tantas veces en mi mente que terminó por quedar grabado:
Mitsi dumbe abiamba bella, azgamu heyo guantu semba. Hazlo tuyo hijo, y sobrevivid. ¡Ahora corre!

El silencio volvió a invadir la tienda y tan sólo se oyó el sonido de la campanilla de la entrada golpeada por el viento.

-Ni siquiera es seguro estar aquí - continuó Valentina - Se que tenéis muchas preguntas pero no es el momento. Ahora cada uno tiene que recordar su labor. Cerrad los ojos y repetid conmigo lentamente, vuestra mente os lo irá revelando:

Mitsi dumba, abianda bella...


martes, 22 de febrero de 2011

II VELADA ENTRE ARTES

Esta vez, en vez de subir un relato, os dejo el cartel de una noche mágica que he preparado con unas amigas.
Todo empezó el junio del año pasado con una idea de mezclar artes es una casa, y acabó plasmándose en octubre, cuando celebramos la primera Velada.
En el cartel tenéis toda la información:
Se celebrará en dos días, el 1 y el 3 de marzo, para que podáis elegir fechas, y tiene un gran repertorio de actuaciones, entre las cuales se servirá un pequeño cocktail y unos vinitos franceses. Y además esta va a ser benéfica, y lo que recaudemos con la entrada será para la asociación Refugiados en el Desierto, en el Sahara!

Las entradas se pueden comprar en entradas.com
http://www.entradas.com/entradas/evento.do?idEvento=204999&entidad=1

Os espero a todos!

jueves, 3 de febrero de 2011

Dices...

Esto surgió mientras veía este video que me pasaron. La imaginé sola, en esa casa vacía, y mezclando frases que canta salió esto. Y por supuesto, un precioso dibujo de Alya Mark



Ahora mismo llevo un vestido negro y unas gafas de mi abuela. Me paseo dado tumbos por la casa, mientras recuerdo como me decías que escuchaba lo que quería...

No es justo, ¿sabes?, como puedes criticarme cuando no sabes que pasa por mi cabeza, si alguien ha respondido a mis propuestas en la galería, si me ha salpicado un coche esta mañana o me he torcido el pie. Tú ya no vives aquí, no sabes que me susurran al oído estas paredes…

Tú decías que era una chica ingenua pero yo sabía que era fuerte, por eso pensé que podía irme. Pero sin embargo te echo de menos. ¿Me oyes? Recuerdo cuando me acariciabas por la mañana antes de irte, cuando me traías el desayuno a la cama, cuando sonreías mientras paseábamos riéndote de mis ocurrencias…

Ahora se que tenías miedo, ahora se que el pavor te recorría por dentro y fue más fácil hacer la maleta cuado te dije que quería irme. Me miraste aliviado, sabiendo que te había hecho un favor.

Me dejaste plantada en el inmenso apartamento, con Mika buscando tu olor mientras se arrascaba con una mecedora de hierro antigua. Y muchas veces nos sentamos las dos en los grandes ventanales para ver la gente pasar.
Los muebles han ido desapareciendo porque el alquiler era demasiado para mí, pero no quería dejar esta casa, ese barrio callejero, estos vecinos extraños.
Y ahora sólo tengo un colchón en el suelo y mis proyectos sobre la mesa. Hace sol afuera y yo me siento feliz, porque te echo de menos y se que existí mientras te quería y que algo permanece.

Me dijiste quédate, pero se que era por decir algo. Mientras tanto metías los jerseys en una bolsa y me mirabas con tristeza. Torciste la esquina sin mirar atrás y yo vi como se escondía la luz del exterior y me prometía nuevos proyectos.

Nuestros amigos me han dicho que sigues por ahí, y a veces te he visto doblar alguna esquina. Pero no quiero cruzarte, quiero seguir pensando que eres el caballero de la gabardina azul que poblaba mi mente mientras paseábamos bajo la lluvia. Quiero seguir pensando que no pasa nada porque cada mañana me levante y tenga un pequeño dolor en el pecho que me recuerde que estoy viva. Quiero seguir pensando que no pasa nada porque sea feliz.


lunes, 31 de enero de 2011

Sobre cómo enterarte de la vida de una persona escuchando sus conversaciones en un trayecto


Todo empezó una tarde-noche cogiendo un tren en Barcelona. Escuché la primera conversación que narro de una chica hablando por su móvil, lo demás... me lo imaginé.
Ilustrado con una foto de Dani, y ya que seguimos con Barcelona, acompañado por una canción de Love of Lesbian (adoro sus videoclips)




- ¿Sí? Dime Jamal. No, ya he salido de prisión. Estoy volviendo a casa.Mañana tengo visitas... Sí, pásate antes de las cinco. Te dejo, viene el tren... ¡Hasta mañana!


- ¡Hola! ¿Juan? Tenemos dos casos nuevos y hay que archivarlo todo. Uno está en la enfermería. Deja el informe encima de la mesa... Sí, mañana lo veré.



- ¿Lisa? Soy yo. ¿Qué tal todo? ¿Los niños? ¿Rita duerme...? Perfecto, llego en cuarenta y cinco minutos. ¡Hasta ahora!

- Richard, estarás trabajando... Te dejo este mensaje porque mañana te toca a los niños pero Julio está malo y Rita quiere ir a ver a su prima. A las doce estará en casa mi madre, por si quieres pasarte a esa hora. Me dices algo cuando salgas.

- ¿Tomás? Dime cariño... ¿Qué? ¿Y mamá? Dile que se ponga. No, dile que se ponga. Vale, vale... Si el cabrón de José está gritando, vete a tu cuarto, ¿vale? Cierra la puerta y ponte la música. No te preocupes, mamá estará bien, voy para allí.

(Mierda, mamá. ¡Coge el teléfono!)

- ¿Mamá? ¿Dónde está mi madre? Dile que se ponga. Me da igual lo que me digas, José. Dile que se ponga. Joder, no me hagas hablar mal, pásale el teléfono. ¿Mamá? Voy para allá, ¿me oyes? He hablado con Julio... ¿Cómo que no? Sí, la tele, pero ¿te crees que soy tonta? Estoy en diez minutos... Como te toque se entera.

- Lisa, lo siento, tengo que pasar por casa de mi madre. Llegaré un poco más tarde, acuesta a Luis. Gracias.

- Yago, escucha. Dejamos lo de esta noche para otro día, ¿vale? Sí, a mí también me apetece mucho pero no puedo ir, tengo un problema familiar. Resérvame otra cena.

- ¿ Policía? Sólo quería avisarles que voy para la calle Quiñones número 14, puede que haya enfrentamientos... Páseme con el agente Gredos, por favor.

jueves, 20 de enero de 2011

PAPEL LERIA II

Para que los que os quedásteis con ganas de saber más sobre esta entrada, aquí viene otra parte, que aunque se titula como II, realmente puede ser la I, o la V, o quién sabe... Ambientada con la música de Hindi Zahra



Había algo que no encajaba. Las llamadas demasiado intermitentes, los vacíos tras las conversaciones, las palabras susurradas... Mi hija me quería decir algo y no la entendía. Pero teníamos un código. Ante cualquier cosa extraña, huir. Así que tras meter algunas cosas imprescindibles en una maleta, nos embutimos en los abrigos y con los niños a cuestas dejamos la casa atrás. Un coche doblaba la esquina mientras giramos tras los contenedores y escondidos en el jardín del vecino vimos como destruían nuestra casa.
Apoyé mi frente contra la de mi nieta mayor, que tan sólo tenía 4 años, e intenté que me escuchara atentamente:
-Tu hermana es todavía pequeña Margo, eres tu la que deberá cuidar de ella, pero sin que se de cuenta. A llegado el momento de separarnos.
Ella asintió. Lo sabía desde siempre.
Corrimos entre la maleza hasta una casa deshabitada donde guardaba las llaves de un coche antiguo escondido en una calle solitaria. Arranqué aquel trasto a duras penas y conduje con mis nietas dormidas en el asiento de atrás. Mi hermano me esperaba en su casa, donde mi hijo mayor se paseaba nervioso.
-Han matado a Clara - me dijo nada más llegar - ¿Y las niñas?
-Estaban conmigo, tu hermana me las dejó mientras iba a terminar una misión.
-¿Tomas estaba con ella?
-Si - dije inclinando la cabeza.
-Entonces...
-Si...
Y miramos a las niñas sintiendo como sus lazos parentales se separaban con fuerza de sus cuerpos.

Pasamos la noche inquietos, sin poder dormir. No poder derramar una lágrima por la vida de mi hija y su marido me desgarraba por dentro. Me paseaba pensando en nuestra misión, enfocando un futuro donde no tuviéramos que vivir con miedo, pero eso no existía, no por el momento.

Mi hermano agarró mi mano mientras me perdía en el movimiento de los árboles tras los cristales y me susurró que teníamos que dejarlo por el momento.
-No tendría sentido que muriéramos todos.
-Lo se
-Tenemos que recurrir a lo que nos enseñó nuestra madre
Le miré temerosa
-No se si sabré hacerlo
-Tenemos que hacerlo - balbucee
Me acerqué a mis nietas, acurrucadas entre ellas en el sofá y las desperté suavemente
-Tomad niñas, os quiero dar una cosa para que lo guardéis siempre -y deposité en sus manos un anillo igual para cada una.
Ellas me sonrieron emocionadas.
-Será lo único que conserven - dije a Philiph suspirando
-Es mejor así.
Y apoyé mi mano sobre sus frentes mientras empezaba a recitar frases inteligibles

(Continuará...)

lunes, 17 de enero de 2011

Linda (again)

Retomando uno de los relatos que colgué en el blog en agosto, aquí os dejo una nueva forma de transmitirlo, con la música de fondo de Medelia, como no ;)

jueves, 13 de enero de 2011

Drive... but ¿where?

Rescaté esta canción del olvido, y salió esto, decorado con una foto de Almudena del Pozo




Pensé que la niebla se había esfumado, pero cuando cogimos el coche todavía se aferraba al parabrisas. Siempre me había fascinado la manera en que la luz va apareciendo por el horizonte mientras dejamos atrás las largas horas de la noche, y ese día lo fui descubriendo minuto a minuto, segundo a segundo, mientras tiritaba de frio acurrucada todavía con el abrigo puesto y miraba al asiento de mi izquierda con admiración.
Él conducía tranquilo, con entereza, apenas sin respirar, mientras la radio daba las noticias y nos manteníamos en silencio. En el asiento de atrás dormía Sofía, envuelta en su abrigo, con un muñeco que sobresalía pegado a su mejilla.

Miré por la ventanilla y observé las sombras de las montañas a lo lejos. Fronteras que traspasar. No sabía sus nombres, no conocía su olor, pero teníamos que atravesarlas y correr lo más rápido posible.

Nos conocíamos desde siempre y Sofía debería haber sido suya. Pero el destino no lo quiso así y mi pequeña de rizos marrones tenía varios rasgos de nuestra pesadilla. No lograba entender como cambian las personas, pero tampoco había querido intentarlo ya. Lo que más me importaba eran unas frases pronunciadas en un cobertizo que volvían a míos oídos desde la lejanía del pasado, repitiendo una canción de un casete: "Sea lo que sea que el mañana suceda, estaré allí". El tiempo volaba sin preocupaciones mientras me miraba a los ojos y me repetía el estribillo.
Por eso miré a mi izquierda, agarré la mano que sujetaba el volante con fuerza y me acurruqué junto a él. Porque ese mañana había llegado y él estaba allí.




lunes, 10 de enero de 2011

8:57


Me puse el collar frente al espejo y miré el móvil. Las 8:39. Observé la cama a medio hacer y el cuadro de la cabecera, una copia de un Botticelli que adquirimos hacía años en una subasta. La ventana abierta y la cortina hondeando...
Cogí el bolso y abandoné la habitación, dejándolo en la entrada, dónde sobre una mesita un marco de fotos me devolvía una imagen feliz que ya no me decía nada. Escuchaba el tic tac del reloj del salón, las 8:51.
Entré en la cocina y bebí un poco de té que reposaba en una caza en la encimera. Mientras me llevaba la taza a la boca observé el árbol que se veía tras la ventana, las hojas estaban empezando a caer y la vecina salía alejándose por el camino de la entrada.
Me fijé en la lista de cosas por hacer que colgaba de la nevera y vi que todavía quedaban cuatro, todas pensadas en común. En el reloj del frigorífico marcaban las 8:54. Dejé la taza en la pila y abrí el armario de entrada. Los skies descansaban al fondo, pero tan sólo cogí uno de mis abrigos. Cerré las puertas y apoyé mi cabeza cerrando los ojos. Respiré. Los volví a abrir y me coloqué el gorro frente al espejo. Escuché la bocina y cogí mi bolso. Saque una nota, la coloqué en la entrada y agarré la maleta con la otra mano. Pisé a la calle y el taxista salió a ayudarme a colocarla en el maletero. Me senté en el asiento de atrás y este arrancó. Miré el reloj de la radio, eran las 8:57.