lunes, 13 de diciembre de 2010

PAPEL LERIA

Esta vez la foto la hice yo. Todo empezó por eso, por esta foto, luego el título partido, luego una idea, luego una señora que paró su coche en el paso de peatones, me sonrió y me preguntó por un colegio... y asi, surgió...
Amenizado con la música de Bright Eyes.





Era un lugar como otro cualquiera, sólo que las luces del escaparate parpadeaban, y eso llamaba a un tipo de personas.

Pasaba por delante de ella cada día cuando salía de trabajar. Me fijaba en sus agendas con fotos antiguas, en sus cubiletes de madera, en sus huchas de barro, en los maletines, en las carpetas marrones...

De vez en cuando algo me atraía y entraba, sin saber qué comprar.
- Un sobre pequeño, por favor... - pedía en ocasiones o -... un lápiz de punta fina - en otras.
Siempre me atendía un señor enjuto, con gafas cuadradas, desaliñado, con aire abstracto.

Ese día estaba haciéndose de noche cuando salí de trabajar. Saludé al conserje con la mano, descendí las escaleras distraída mientras me colocaba los guantes y observé cómo la luz de las farolas parpadeaba sin razón. Sentí un escalofrío. Ciertos recuerdos que no recordaba haber vivido empezaron a golpear mi cabeza y la agité de un lado a otro para intentar evitarlos.

Cuando salí a la calle me choqué con un señor que hablaba por su móvil. Me sonrió, y creí notar cierto gesto familiar en su rostro.
- Voy a comprar los pedidos y regreso a casa, cariño. No tardo - terminó de decir a su interlocutor.
- Disculpa, joven - me dijo, y siguió caminando.
Un poco más adelante, mientras cruzaba el paso de peatones, un coche se detuvo a mi lado. Se bajó la ventanilla y una mujer de melena negra me sonrió y posando la mano sobre su hijo pequeño movió sus rojos labios:
- Perdona, ¿sabes donde hay una papelería? –me preguntó.
Giré la cabeza en dirección a la siguiente manzana y le señalé lo que ella me había preguntado. El anillo que llevaba en su mano me había dejado muda. Me quedé quieta esperando que el semáforo cambiara de color y un joven cartero paso junto a mí, con prisa, mirando los coches y me sonrió.
- Parece que va a llover – comentó. Sus hoyuelos me resultaron cómplices.
- Puede – le dije yo.
- Voy a dejar el correo ahí en frente, espero llegar -dijo señalando el escaparate parpadeante. Y cruzó la calle cuando sonó el primer trueno.
Completamente descolocada no reparé en una señora ciega que esperaba para cruzar a mi lado.
-Señorita, le agarro el brazo, si es tan amable, el suelo se va a volver muy resbaladizo.
La miré al sentir su contacto y musité un leve "Claro", mientras comenzaba a caminar.
- Señorita, ¿me leería este papel? - me dijo mostrándome un panfleto.
- ¿Disculpe? -le pregunté sin enterarme, mi cabeza pensaba demasiado deprisa.
- Que si este papel leería –volvió a decir.
La miré siendo consciente de que sentía mi mirada penetrante. Supongo que ésa era la palabra clave. La había visto durante tanto tiempo escrita, y nunca había pensado nada...
- Vamos Iria -me dijo ahora con cariño- ya sabes donde me tienes que llevar.

Seguimos cruzando la calle lentamente, en silencio, mientras mis pensamientos y mis recuerdos intentaban ordenarse.
- ¿Puedo preguntarte algo abuela? - le dije.
- Sí, hija.
- ¿Por qué ahora? – le pregunté.
- Porque es el momento.
- ¿El momento de qué? – le insistí.
-De actuar – respondió ella.
- ¿Y por qué no nos conocíamos hasta ahora? - pregunté extrañada.
- Sí que nos conocíamos, pero no era seguro que lo recordaras.
- ¿Y cómo...? – repliqué.
- No, pequeña, eso no te lo puedo contar. Sólo te diré que había dos palabras que tenías que recordar, y están escritas a la tienda a la que me llevas. Ellas te ayudaron a no perderte, a saber siempre que este día llegaría y tenías que estar preparada.
- ¿Y los demás? – volví a preguntarle.
- Cada uno a su manera, cada uno diferente. Ahora vamos, nos esperan.

Empujé la puerta de la papelería y allí estaban todos: mi hermana con su hijo, llevaba un anillo idéntico al mío; mi tío con su móvil en la mano, su sonrisa me resultaba familiar; mi primo, con sus hoyuelos bien marcados; y el dependiente, el hermano de mi abuela.
Ella cerró la puerta, echó el cerrojo y tiró de un cordel por el cual se deslizó una persiana que nos separó de la calle.
- Aquí estamos los que hemos sobrevivido - empezó diciendo mi tío abuelo. - Este día tenía que llegar.